¿QUÉ OCURRIRÍA SI, DE PRONTO, LA TIERRA SE PARASE?

            Que la Tierra se mueve,  que gira sobre su eje y que da vueltas, alrededor del Sol,  hoy ya no se discute y casi le costó,  al pobre Galileo Galilei,  acabar en la hoguera, pero  en la actualidad, todos estamos seguros y confiados en que lo hace, y de que sus movimientos son exactos,  matemáticos,  sin posible error  
           
            ¡Y eso que  lo hace, según parece, sin rieles ni canal por donde ir, sosteniéndose en el éter, en el espacio, en el vacío, por medio de una fuerza misteriosa e invisible! Su movimiento de rotación origina la noche y el día,  según el lado que presente al Sol y el de traslación,  las  cuatro  estaciones del año,  Primavera,  Verano,  Otoño  e Invierno.  Hace muchísimos años que sé estas cosas, me las contaba mi madre en mi más tierna infancia y fue ella también la que me habló  de esa fuerza desconocida  por el hombre, poderosa,  invisible,  mágica,  capaz  de  organizar  el  Cosmos  de manera exacta, matemática y rutinaria.

            Yo no sé si todos los terrícolas saben que existe esa fuerza o si creen que la Tierra se sostiene en el espacio porque si, pero me parece que estamos seguros  que nuestro viejo Planeta  va a seguir cumpliendo con su obligación y que no se parará.

            Sería muy  preocupante que la Tierra pudiera pararse,  de la noche a la mañana, que sus habitantes nos encontrásemos, de pronto,  unos tiritando de frío entre oscuras tinieblas  y otros achicharrados por un deslumbrante sol,  mientras que otros,  los más afortunados, geográficamente,  recogían flores o vendimiaban uvas, entre dos luces.
           
            Si la Tierra se parase sería un terrible desaguisado  y un gran preocupación  pues ¿qué Gobierno iba a ser capaz de ponerla en marcha otra vez ?   ¡Con lo difícil que debe ser mover una mola tan grande! ¿Y qué combustible se debería utilizar para ello? Yo pienso  que mover la Tierra artificialmente debe ser mucho más difícil que dejarla  tal conforme está y que se mueva sola.
           
            Se me ocurrieron estas reflexiones anoche, al cerrar el libro y apagar la luz de la mesilla de noche, disponiéndome a dormir.Según mi costumbre, pensaba en las cosas que tenía que hacer al día siguiente para irlas programando, con orden, dando por seguro que, durante mi sueño,  la Tierra iba moverse y a cambiar de posición, por lo que cuando me levantase de la cama, sería  de día y tendría que cambiar la fecha del calendario.

       El Universo lleva un ritmo muy preciso,  en todo, tanto en las cosas grandes como en las pequeñas, y la Humanidad organiza su vida confiando en la seriedad y  en  la regularidad de la Naturaleza. Esto es lo corriente, lo normal, pero por la índole de mi profesión, he podido observar que,  casi siempre, se confía,  ciegamente,  en  que la Naturaleza cumplirá con su obligación,  en todas las ocasiones en las que interviene, si las condiciones son las requeridas y  se producirá,  a su debido tiempo,  cualquier fenómeno natural que le haya sido encomendado.

       Cuando el hombre aprendió a cultivar la Tierra. se resignó a esperar a que la semilla arraigase, a que frutas, cereales, verduras y legumbres,  fructificasen, creciesen, y madurasen y nunca dudó de que lo harían,  pero  hay una determinada cosecha, acaso  la más importante de todas, la de individuos de una misma especie, la de hijos, en la que, actualmente, el “homo sapiens” desconfía de que la Naturaleza esté a la altura de las circunstancias, de que no sea capaz  de terminar la faena que emprendió espontáneamente que, después de haber trabajado en ella satisfactoriamente, por un largo y difícil período,  la deje inacabada en su etapa final, la más breve a la más fácil de todas y que tenga que ser rematada por la ciencia humana que, con todos mis respetos,  juzgo mucho más insegura e ineficiente.

            Me estoy refiriendo al parto que, actualmente no se piensa que pueda verificarse, sino por medios artificiales médicos o quirúrgicos.He leído y estudiado, atentamente durante muchos años, cuantos Tratados de Obstetricia han caído en mis  en mis manos y en ninguno de ellos he hallado mención de que,  después de un embarazo normal, un feto a término, se haya quedado dentro del útero y se haya momificado o reabsorbido allí, sino que todos han salido por sus propios medios, tras un lapso de tiempo, coincidiente o no, con el deseo humano, otros  lo hicieron de forma más expeditiva, por procedimientos  más o menos sanguinarios, brutales y crueles,  según los adelantos de la época y la maña y el talante del obstetra, pero todos, absolutamente todos, acabaron saliendo.

            Es muy chocante el pánico  a que el crío se quede ahí dentro, a pesar de la
 evidencia  de que,  en miles y miles de años de años, no lo haya hecho. Eso demuestra que en le referente al parto, la impaciencia  y  la tozudez de  la especie humana no tiene paragón, aunque en todas las demás cosas, se suele esperar, pacientemente, a que ocurran,  incluso cosas tan importantes como amanecer o la llegada  del verano o de determinada fecha, suelen ser esperadas, con mayor o menor impaciencia, pero no se suelen  provocar articifialmente.

            Agricultores y jardineros  esperan la eclosión  natural de brotes, yemas y capullos, dejando que la Naturaleza cumpla sus objetivos.Tambien los animales nos dan ejemplo de respeto a las cosas naturales., pues es el propio polluelo quién rompe el cascarón  para salir.  La comprensible impaciencia  de los padres, únicamente se manifiesta dando vueltas, extrañados de que el hijo no salga, alrededor del huevo. Pero ni la hembra ni el macho,   jamás lo pican,  ni mucho menos, acuden a pedir ayuda a otra ave “pica/huevos”.

El saco amniótico de los vivíparos cumple la misma función que la cáscara del huevo en las aves y,  salvo excepciones se suele romper espontáneamente y en el momento oportuno, pero cada vez se tiende más  a practicar la amniorexis  artificialmente Porque no se tiene paciencia para esperar a que el parto se realice por sí solo es un misterio que me gustaría mucho desentrañar. Se desconfía de que el organismo de la mujer no pueda cumplir una función que le ha sido especialmen encomendada, pero no ocurre lo mismo con los movimientos de la Tierra que estamos seguros de que no va a dejar de hacerlos.

            Así como, ni en la literatura ni en la práctica,  he encontrado ningún caso de que el feto se quedase dentro, de nacimientos espontáneos imprevistos y, algunas veces, inoportunos, hay abundantes ejemplos y puedo atestiguarlo personalmente.

            Desde 1963 a 1966, después de haber convalidado, en Italia mi título universitario de matrona, trabajé como tal en Roma, en la popular y concurridísima  “Clínica Guarnieri” situada en  la Via Tor’ degli Schiavi en el simpático barrio de Centocelle.

            Una noche, al coger la guardia, mi  colega,  Giulia Mercanti, me dijo que a
 la embarazada de la cama Nº 58 no había que hacerle nada, que era una cesariada anterior a la que su tocólogo particular vendría a practicarle una laparotomía  a las nueve de la mañana siguiente y que el feto estaba bien. Cuando fui a comprobarlo, la mujer dormía y el latido cardíaco fetal era absolutamente normal, en vista de lo cual, empecé, sin más dilación, mi jornada de trabajo.

            En el amplio paritorio había  tres mesas de parto, separadas por biombos y, apenas se desocupaba una, casi inmediatamente se volvía a ocupar.  Era una hermosa noche de verano y yo estuve trabajando, sin cesar, hasta que la enfermera  vino a decirme que  la señora de la habitación Nº 58 “estaba muy colorada”.

            Naturalmente, acudí enseguida a ver qué pasaba y, antes de entrar en la habitación, oí, por el pasillo, el llanto del bebé, un hermoso niño que pataleaba entre las piernas de su madre.  La hice trasladar al paritorio y, en la misma camilla alumbrò completa  y espontáneamente, revisé el intacto periné y, debidamente acondicionada, fue trasladada a  una habitación de la parte destinada a las puérperas. Yo cumplimenté  el papeleo  y seguí viendo cómo, uno tras otro, seguían llegando italianitos e italianitas   al Mundo, hasta las siete de la mañana, hora en que terminaba mi turno de trabajo.

            Como salía cansadísima, en vez de irme a mi solitaria casa, donde  me hubiera sido imposible dormir, de puro cansancio, fui a refrescarme a los baños de Tívoli, a pocos kilómetros de Roma, con ánimo de airearme y de distraerme y me olvidé, por completo de la señora del Nº 58 y de su inesperado parto, pero al coger aquella noche la guardia la Mercanti me dijo que, a la mañana siguiente me pasase por el despacho del doctor Scarpinatti, que era el director,  donde me esperaba una buena “lavata di testa” o sea.

            Mi colega no podía contener la risa explicándome que, cuando, a la mañana siguiente, vino el tocólogo privado y ordenó a la “portantina” que le llevara a la señora de la habitación Nº 58, al quirófano, ésta llegó allí llorando a lágrima viva y protestando, con todas sus fuerzas de que fueran a hacerle la cesárea, sin que su marido lo supiera  y, sobre todo, después de haber parido cuatro hijos y dos hijas, en un pueblo calabrés.

           Tanto chilló y pataleó, forcejeando para que no la rasurasen, ni la sujetasen a la mesa de operaciones, que el tocólogo, que se estaba preparando para realizar  a la que creía su cliente,  la intervención programada,  se acercó a ella,  seguramente, con ánimo de  tranquilizarla y de hacerla  razonar.

            Supongo que su sorpresa debió de ser mayúscula al ver que quién se resistía con todas sus fuerzas y vociferaba, era una desconocida y que, además lo hacía con razón. Alguien había hecho desaparecer a la presunta cesárea,  sustituyéndola por otra mujer. Inmediatamente se empezó una cuidadosa búsqueda por toda la Clínica y dieron, con la recién parida, sana y salva,  en la  parte destinada a las puérperas, sentada en la cama y dando, plácidamente, de mamar a su bebé.

             Enseguida se supo que había sido la “española”, una matrona venida de allende los Pirineos, de un país aún no bien definido si como perteneciente si a Europa o a Africa. El doctor Scarpinatti era un señor muy simpático y no me regañó,  sobre todo, después que le aseguré que  yo no había asistido aquel parto, que gracias a lo famosa y popular que era la  Clínica, no me habían faltado partos en toda la noche y no se me había pasado por “ l’anticamera del cervello” agenciarme uno más, sino que la señora había parido sola,  lo había hecho muy bien y estaba orgullosa de ello.

              No ha sido esa la única vez que me tocó intervenir en partos inesperados, pues fui, durante muchos años,  “matrona de salidas” del Equipo Tocoginecológico Municipal de Urgencia, de Madrid, plaza que gané por oposición, en 1950 y quiero hacer constar que en tales partos, nunca vi complicación alguna, ni siquiera desgarros perineales que precisaran más tratamiento que, a veces, un punto o dos de cagut, en la horquilla.


                                          CONSUELO RUIZ VÉLEZ-FRÍAS





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